lunes
sábado
inventario 1 de 2
Pues nada, que hace unos días me enteré que "Lupita" no conoce éste blog.
Lo cual puede interpretarse como el ...
momento cumbre de mi vida (46)
Lo cual puede interpretarse como el ...
momento cumbre de mi vida (46)
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momentos cumbres
viernes
la peor quincena del año
Estos días siempre son difíciles. Los últimos días del año, a veces son fatales.
Ahora por ejemplo, perdí una apuesta con la encargada del cabezal de este blog, y por ese motivo he estado desconectado del mundo virtual para inmiscuirme en el mundo real y buscar en todos lados el cd de una tal Hannah Montana.
Todo sea por la palabra empeñada.
Y todo para darme cuenta que la tal Hannah Montana es una puberta, una Britney Spears en potencia, que en 5 años más estará enseñando los calzones a los paparazzis, emborrachándose con sus otras amiguitas, pagando multas de tránsito y casándose en Las Vegas para divorciarse al otro día.
Pero cuando yo apuesto y pierdo, pago. (Aplausos)
La cosa es que el lunes regreso, las condiciones indican que, como casi todos los años, estos días -en especial este fin de semana- será ________________ (no encontré la palabra)
Se quedan con una inquietante acuarela del Oso Bipolar.
Ahora por ejemplo, perdí una apuesta con la encargada del cabezal de este blog, y por ese motivo he estado desconectado del mundo virtual para inmiscuirme en el mundo real y buscar en todos lados el cd de una tal Hannah Montana.
Todo sea por la palabra empeñada.
Y todo para darme cuenta que la tal Hannah Montana es una puberta, una Britney Spears en potencia, que en 5 años más estará enseñando los calzones a los paparazzis, emborrachándose con sus otras amiguitas, pagando multas de tránsito y casándose en Las Vegas para divorciarse al otro día.
Pero cuando yo apuesto y pierdo, pago. (Aplausos)
La cosa es que el lunes regreso, las condiciones indican que, como casi todos los años, estos días -en especial este fin de semana- será ________________ (no encontré la palabra)
Se quedan con una inquietante acuarela del Oso Bipolar.
martes
lunes
fragmentos
...A veces volvía a ser piedra negra y entonces yo no sabía qué pasaba del otro lado, qué era de ella en esos intervalos anónimos, qué extraños sucesos acontecían; y hasta pensaba que en esos momentos su rostro cambiaba y que una mueca de burla la deformaba y que quizá había risas cruzadas con otro y que toda la historia de los pasadizos era una ridícula invención o creencia mía y que en todo caso había un solo túnel, oscuro y solitario: el mío, el túnel en que había transcurrido mi infancia, mi juventud, toda mi vida. Y en uno de esos trozos transparentes del muro de piedra yo había visto a esta muchacha y había creído ingenuamente que venía por otro túnel paralelo al mío, cuando en realidad pertenecía al ancho mundo, al mundo sin límites de los que no viven en túneles; y quizá se había acercado por curiosidad a una de mis extrañas ventanas y había entrevisto el espectáculo de mi insalvable soledad...
Ernesto Sábato "El túnel"
Cuando era pequeña el padre le enseñó a jugar al ajedrez. Le había llamado la atención un movimiento que recibe el nombre de enroque: el jugador cambia en una sola jugada la posición de dos figuras: pone la torre junto al rey y desplaza al rey hacia la esquina, al lado del sitio que ocupaba la torre. Aquel movimiento le había gustado: el enemigo concentra todo su esfuerzo en amenazar al rey y éste de pronto desaparece ante sus ojos; se va a vivir a otra parte. Soñaba toda su vida con ese movimiento y soñaba con él tanto más cuanto más cansada estaba.
Cuando era pequeña el padre le enseñó a jugar al ajedrez. Le había llamado la atención un movimiento que recibe el nombre de enroque: el jugador cambia en una sola jugada la posición de dos figuras: pone la torre junto al rey y desplaza al rey hacia la esquina, al lado del sitio que ocupaba la torre. Aquel movimiento le había gustado: el enemigo concentra todo su esfuerzo en amenazar al rey y éste de pronto desaparece ante sus ojos; se va a vivir a otra parte. Soñaba toda su vida con ese movimiento y soñaba con él tanto más cuanto más cansada estaba.
Milán Kundera "La inmortalidad"
jueves
invitación
Este viernes 7 de diciembre a las 8:30 pm, expondré algunas acuarelas en el Resto-vino-bar MoMo, en la ciudad de Chihuahua. El MoMo está en la calle Independencia #1213, en la colonia Centro.
Las acuarelas estarán a la venta, es por eso que recomiendo que vayan ése día por si están interesados en alguna.
Por primera vez expondré acuarelas del Oso Bipolar. Y mientras me llega el volante oficial (si es que llega), dejo un detalle de lo que ahí se verá.
¿Se ve muy chico? Pues velo bien y completo en el MoMo este viernes e invita a tus amig@s.
Las acuarelas estarán a la venta, es por eso que recomiendo que vayan ése día por si están interesados en alguna.
Por primera vez expondré acuarelas del Oso Bipolar. Y mientras me llega el volante oficial (si es que llega), dejo un detalle de lo que ahí se verá.
¿Se ve muy chico? Pues velo bien y completo en el MoMo este viernes e invita a tus amig@s.
P.D. en letras chiquitas que funge como gancho publicitario: ¡Es muy probable que lleve mi traje blanco!
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acuarelas
miércoles
lunes
elegancia y distinción
Para finales de año se casa un primo. Ante esto he tomado máximas medidas precautorias por primera vez en mi vida.
Intentaré explicarme. Una de las muchas razones por las cuales no me gustan las fiestas en donde dos incautos deciden unir sus vidas y hacen además innecesarias muestras de felicidad y dicha, es la vestimenta con la que uno debe asistir a éstas celebraciones. El hecho de tener que disfrazarse de diputado nunca me ha atraído.
Creo que el trauma viene de algunos años atrás. Una compañera de la secundaria tuvo la brillante idea de festejarse sus 15 meses de abril y convocó a sus pubertos compañeras y compañeros de clase a una fiesta. Supuse y asumí que el asistir a una fiesta de esas implicaría el tener que vestirse un poco mejor que lo normal y hasta fajarse la camisa. Pero un día antes, me enteré de la mala noticia: Para poder ir a la celebración había que enfundarse en una prenda en ese entonces inexplorada para mí: un traje.
La tarde de ése día, lo consulté con mi madre y después de reprimirme por no avisar con tiempo, tuvo una solución aventurera: Pedirle prestado a un tío un traje para que su retoñito saliera del apuro. A los pocos minutos llegó el cargamento, y yo ya bañado, peinado y perfumado, abrí el portatrajes para ver el modelito que presumiría esa noche. Los dioses se confabularon una vez más para que tuviera surrealismo mi vida pues al ver la vestimenta me di cuenta que mi tío se quedó atrapado en los setentas: el traje era blanco, blanco como la inocencia de la quinceañera que me había metido en este episodio.
Mi madre solidariamente no dijo nada, creo que se enfermó por aguantarse la risa, pero en el momento no dijo nada. Y yo, un tanto confundido y con el tiempo encima, me dije: Bueno, si hay trajes oscuros no veo por qué no ha de haberlos claros. Así que me lo puse y cual John Travolta cruzado con Napoleón Dynamite me fui a la fiesta dispuesto a sacarle brillo a la pista.
Lo que siguió fue el acabóse. No me bajaban de mesero, el papá de la quinceañera estaba confundido pues no sabía que habían contratado un mago, o al menos eso pensó cuando me vio. Los músicos del guapachoso grupo seguramente admiraron mi atuendo queriéndolo copiar para sus uniformes. Mientras yo, arrinconado en alguna mesa rogaba que ya dieran las doce para que mi traje se convirtiera en otra cosa.
Afortunadamente mis otras amigas de generación renunciaron a esa extraña costumbre de festejarse el arribo de la edad de las ilusiones. Por lo que prescindí de ese tipo de atuendos. Hasta que llegó la hora de graduarse de la secundaria, en donde también, existe la mala práctica de enfiestarse disfrazados de políticos. Entonces sí, obligué a mis padres a que le retribuyeran a su hijo algo de su honor perdido y adquirir un traje de la época vigente y de color serio y sobrio.
Ése día hasta estuve a punto de bailar con todas las Lupitas de la ciudad. (Digo que "estuve a punto" pues yo soy un caballero y por lo tanto, no bailo)
El inexorable tiempo pasó y llegó la hora de que mis amigas y amigos decidieran seguir su ley de vida y casarse. Así pues, arribó el período de las fiestas trajeadas. Para la primera boda ingenuamente sentí que el tiempo me hacía los mandados y me probé mi viejo traje de secundaria. Fue como si el Secretario de Hacienda se pusiera el traje de su jefe. Las mangas me quedaban en una vanguardista medida de tres cuartos.
Evidentemente para ese entonces si quería hacerme de ajuares y lujos exóticos estos ya corrían por mi cuenta. Y con todo el dolor de mi corazón, yo, que prefiero gastar mis centavos en libros o discos, menos en la estorbosa ropa, tuve que pellizcar mi presupuesto para comprar un traje.
El cual usé en todas las bodas posibles, y para no salir igual en las fotografías, cambiaba las corbatas de caprichosos diseños.
Es por eso que para estos días, que se casa mi primo, estoy rezándole a los dioses para que no haya cambiado mucho mi arrebatadora fisonomía y aún tenga vida útil el traje que, si todo marcha en orden, usaré para las graduaciones de los hijos de mis amigos.
Intentaré explicarme. Una de las muchas razones por las cuales no me gustan las fiestas en donde dos incautos deciden unir sus vidas y hacen además innecesarias muestras de felicidad y dicha, es la vestimenta con la que uno debe asistir a éstas celebraciones. El hecho de tener que disfrazarse de diputado nunca me ha atraído.
Creo que el trauma viene de algunos años atrás. Una compañera de la secundaria tuvo la brillante idea de festejarse sus 15 meses de abril y convocó a sus pubertos compañeras y compañeros de clase a una fiesta. Supuse y asumí que el asistir a una fiesta de esas implicaría el tener que vestirse un poco mejor que lo normal y hasta fajarse la camisa. Pero un día antes, me enteré de la mala noticia: Para poder ir a la celebración había que enfundarse en una prenda en ese entonces inexplorada para mí: un traje.
La tarde de ése día, lo consulté con mi madre y después de reprimirme por no avisar con tiempo, tuvo una solución aventurera: Pedirle prestado a un tío un traje para que su retoñito saliera del apuro. A los pocos minutos llegó el cargamento, y yo ya bañado, peinado y perfumado, abrí el portatrajes para ver el modelito que presumiría esa noche. Los dioses se confabularon una vez más para que tuviera surrealismo mi vida pues al ver la vestimenta me di cuenta que mi tío se quedó atrapado en los setentas: el traje era blanco, blanco como la inocencia de la quinceañera que me había metido en este episodio.
Mi madre solidariamente no dijo nada, creo que se enfermó por aguantarse la risa, pero en el momento no dijo nada. Y yo, un tanto confundido y con el tiempo encima, me dije: Bueno, si hay trajes oscuros no veo por qué no ha de haberlos claros. Así que me lo puse y cual John Travolta cruzado con Napoleón Dynamite me fui a la fiesta dispuesto a sacarle brillo a la pista.
Lo que siguió fue el acabóse. No me bajaban de mesero, el papá de la quinceañera estaba confundido pues no sabía que habían contratado un mago, o al menos eso pensó cuando me vio. Los músicos del guapachoso grupo seguramente admiraron mi atuendo queriéndolo copiar para sus uniformes. Mientras yo, arrinconado en alguna mesa rogaba que ya dieran las doce para que mi traje se convirtiera en otra cosa.
Afortunadamente mis otras amigas de generación renunciaron a esa extraña costumbre de festejarse el arribo de la edad de las ilusiones. Por lo que prescindí de ese tipo de atuendos. Hasta que llegó la hora de graduarse de la secundaria, en donde también, existe la mala práctica de enfiestarse disfrazados de políticos. Entonces sí, obligué a mis padres a que le retribuyeran a su hijo algo de su honor perdido y adquirir un traje de la época vigente y de color serio y sobrio.
Ése día hasta estuve a punto de bailar con todas las Lupitas de la ciudad. (Digo que "estuve a punto" pues yo soy un caballero y por lo tanto, no bailo)
El inexorable tiempo pasó y llegó la hora de que mis amigas y amigos decidieran seguir su ley de vida y casarse. Así pues, arribó el período de las fiestas trajeadas. Para la primera boda ingenuamente sentí que el tiempo me hacía los mandados y me probé mi viejo traje de secundaria. Fue como si el Secretario de Hacienda se pusiera el traje de su jefe. Las mangas me quedaban en una vanguardista medida de tres cuartos.
Evidentemente para ese entonces si quería hacerme de ajuares y lujos exóticos estos ya corrían por mi cuenta. Y con todo el dolor de mi corazón, yo, que prefiero gastar mis centavos en libros o discos, menos en la estorbosa ropa, tuve que pellizcar mi presupuesto para comprar un traje.
El cual usé en todas las bodas posibles, y para no salir igual en las fotografías, cambiaba las corbatas de caprichosos diseños.
Es por eso que para estos días, que se casa mi primo, estoy rezándole a los dioses para que no haya cambiado mucho mi arrebatadora fisonomía y aún tenga vida útil el traje que, si todo marcha en orden, usaré para las graduaciones de los hijos de mis amigos.
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