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Me he encontrado esta foto en internet y fue como cuando ves una imagen de tu infancia y no logras recordar bien de dónde es.
El veinte me cayó rápido: Tenía alrededor de 11 años, había una papelería a 4 cuadras de mi casa y fui a comprar una de esas monografías que antes vendían. Eran estampitas con dibujos mal hechones de cualquier tema y atrás traían la información escrita de cada imagen.
La papelería la atendía una vieja malhumorada. Todo ahí era un desorden, pero todo lo tenían, en esos tiempos no existían los Office Depot's ni nada parecido, había que ir a las papelerías de cada barrio, en donde con suerte, hasta dulces vendían.
Al llegar a la papelería, le pregunté a la señora que estaba ahí -literalmente- de planta por la monografía que estaba buscando.
No la encontró y me dijo que iba a ver "allá adentro", se puso de pie enfilándose hacia otro cuarto empujando la puerta detrás de ella. Al cerrarse la puerta, se mostraba un poster casi del tamaño de la puerta con la foto de una tenista caminando hacia la red, mientras con su mano izquierda se levantaba el vestido y se tocaba una nalga.
Me quedé hipnotizado.
Estudiaba en una escuela propiamente religiosa, en donde el mero mero era un sacerdote, y teníamos clases de religión disfrazadas con el nombre de "Clases de ética". Con esos antecedentes puedo decir que tuve una infancia feliz pero con prohibiciones y temores infundados. Me era imposible dibujar una mujer porque eso implicaba incluírle sus atributos, y que yo supiera, eso era peligroso, allá arriba no les podría gustar que un escuincle de 11 años estuviera dibujando lo que una mujer tiene debajo de la ropa.
No supe si el poster aquél estaba a la venta o si era un fetiche de la señora de la papelería, pero yo quería ese poster y no el del Corvette o el de Rambo que tenía en la pared de mi cuarto.
Más grande, ya sin tantas telarañas que me metieron en la cabeza de niño, quité los posters de carros y héroes de acción, y quise poner algo que representara al puberto alfa que vivía en mí y lo único que encontraba eran posters dignos de un bonito taller mecánico o vulcanizadora y terminé poniendo reproducciones de pinturas de Van Gogh y fotos de los Beatles.
Luego ya más mayorcito entendí que lo más sensato era ver mujeres de carne y hueso aunque fuese en la calle y no fantasías colgadas en la pared.
Fue hasta la universidad (a la que asistí cuatro semestrotes) que me compré una revista Playboy y eso porque salía Drew Barrymore, y tenía que apoyar a las chicas de mi generación, pero nunca volví a encontrar una imagen que me inquietara tanto como la de la tenista.