el vigía del sueño

Hace cuatro días el cuerpo me cobró la factura. Tras muchos desvelos y mal comer, mi estómago y sus amigos se sublevaron y decidieron hacer su "otra campaña" y rechazaron todo tipo de negociación.
Ya sentía que me llegaba la hora. El diagnóstico era obvio: Me hace mal trabajar en la noche y dormir en la mañana. Y conste que no es porque Sabina hace lo mismo, o porque Cioran se amargaba más a gusto en las madrugadas, y que por eso haya tomado la decisión de hacer lo mismo. Simplemente un día, bueno, una noche, me desvelé terminando un trabajo que debía entregar al otro día y comenzó el círculo vicioso... me dormí toda la mañana y en la noche no tenía sueño, provocando que me desvelara otra vez, y así pasaron los días, los meses y uno que otro año.
Descubrí la quietud de trabajar cuando todos duermen: No hay quién te interrumpa, no hay llamadas de teléfono (y si las hay, me causan una angustia que me espanta el poco sueño que pueda tener); lamentablemente uno siente que se pasa más pronto el tiempo, pero se trabaja más tranquilo.
Pero el cuerpo de camboyano que me fue dado no es solidario conmigo y pidió tiempo. Accedí y me tomé unas pastillas para dormir. Hace 3 horas que me las tomé, son las 5:28 a.m. y sigo con los ojos de tecolote manicero.
Doy un paseo con el control remoto a la televisión y ya están empezando los noticieros mañaneros, o los inefables informeciales del Dr. Simi, o los comerciales de aparatos para hacer ejercicio y tener la panza bien planita y películas empezadas de clase B con karatecas y encueratrices.
Reviso la caja de las pastillas para dormir y me doy cuenta que me equivoqué, no eran las del insomnio, son unas para engañar al estómago y que no se irrite por no haber desayunado nada... es por eso que rompiendo mis reglas impuestas le doy un bajón a mi colección de submarinos.


Y ya. Me voy a dormir... o a tratar de entenderle a la dicción del Dr. Simi, o a la trama de la película esa de karatecas.