tun-tun-tun-tun, naufragar...

Las cuatro de la tarde era La Hora.
Después de comer fideo, hacer la tarea y checar si el insobornable Tío Gamboín leía tu cartita, lo siguiente era acomodarse en el sofá, y hacer uso de mi masoquismo infantil.
Era la hora en que empezaba una serie-caricatura-telenovela-culebrón-japonesa, llamada "Remi".
Después de analizar por muchas horas de dónde viene mi pesadumbre combinada con pesimismo, nihilismo e insomnio, he llegado a la conclusión de que en esos dibujos animados está la raíz del problema.
La serie trataba de un niño que busca a su familia, vive con una señora que no es su madre en el campo, pero llega el padrastro y se lo vende a un anciano que se hace acompañar de perros (como el de amores perros) y que además es actor ambulante.
El viejo resulta ser un sabio que en un acto de buena onda le compra ropa al niño. Remi se emociona porque le compraron unos pantalones nuevos, pero el viejo le quita la alegría al cortárselos a la altura de las rodillas y además en vez de comprarle unos zapatos de cuero le regala unos de madera, dizque porque iban a caminar mucho... Lo disfraza de actor y le enseña a tocar el arpa. Que Kamel Nacif ni que nada, eso sí era explotación infantil, papá.
Y eso sólo era el principio, les pasan más calamidades que a la Pantera Rosa y al Coyote juntos, cuando parecía que ya no podía pasarles algo peor; un perro estira la pata, les roban el dinero que ganan, se muere el viejo Vitalis congelado como gansito Marinela.
Luego Remi conoce a un vaguito bien pirado que se hace llamar Magia y que toca el violín, se asocian, pero no deja de irles mal. Parecían candidatos priistas, nomás no la veían llegar. Cada capítulo terminaba con una tragedia.
Después de casi orinar el sofá, le preguntaba a mi madre: "¿Y ahora qué va a pasar?", a lo que mi jefecita respondía tiernamente: "¡Ya, sal a jugar!, ¡Te voy a regalar al primer viejito con perros que vea en la calle si no tratas de ser un niño normal!, ¿eh?".
Ahora, tanto tiempo después, sé que no fue Nietzsche, Schopenhauer o Cioran los culpables de mi desazón; sino un niño de caricatura.