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Siempre me han sorprendido los ciegos que andan solos en la calle. Y en esta ciudad más.
Si cuando no traigo mi mapita del Metro termino en zonas cerradas por derribo o donde habita el olvido, no me imagino cómo le hace alguien que no ve para poder orientarse y transitar por esta ciudad de la furia.
En dos días aprendí dos lecciones.
En la primera iba con una amiga en el Metro y un ciego intentaba circular por el vagón "cantando" rolas religiosas en alabanza al dios en el que él cree. Pero como éramos tantos, el José Feliciano región 4.5 iba topando con todo mundo, al llegar a donde estaba mi amiga y yo se atoró. Sospechosamente sucedió en donde estaba otra damita y uno de los tubos que sirven para que uno se sujete y no termine en el suelo.
En mi infinita bondad y vocación de servicio, puse mi mano en el hombro del ciego y lo traté de destrabar de donde estaba. Básicamente porque estaba cantando muy fuerte, muy feo y ya se le estaba arrimando a mi amiga.
Entonces el invidente, me volteó a "ver", interrumpió su canción y me dijo: "Si no va a ayudar no estorbe" o algo así.
Miré a mi amiga y ella con cara de "ay norteñito menso, aquí no se le ayuda a la gente, es casi pecado y te echan a la CNDH" no dijo nada. Yo nomás pensé: "chale, eso se gana uno por andar de buen samaritano"
Al otro día volví al ingrato pero efectivo Metro para ir a no me acuerdo dónde. Ya me habitué a los demás y sigo mi camino sin mirar a los lados (snif), al bajar unas escaleras entre el gentío me orillé hacia el pasamanos, y un viejito estaba ahí parado e indeciso. Lo rebasé y, error de errores, me giré a verlo.
Era un ciego que se debatía en cómo bajar las escaleras. Éste sí se veía más amolado y necesitado de ayuda y compasión. El espíritu de Jorge Luis Borges me iluminó y regresé hacia el viejo.
Le formulé la pregunta más capciosa que pude: ¿Le ayudo a bajar?
-Sí, por favor -me respondió.
Y sin decir nada, me sujetó del brazo muy fuerte. Casi me interrumpe la circulación sanguínea de mi brazo derecho.
-Me estoy recuperando de la muñeca y ahora me van a perjudicar lo que sigue -pensaba al tiempo que bajábamos y el invidente musitaba cosas como "Dios mío Dios mío santo sacramentado bsbsbsbsbsssss... madre de todos los ángeles bsbsbsbsssss..."
Antes de que se me pusiera morado el brazo llegamos a los torniquetes. Me preguntó a cuál dirección iba, le dije y resultó ser la misma a la que iba él. Nos subimos al Metro, volvió a agarrarse de mi brazo y yo recé a quien me oyera: "que no cante, que no sea ciego cantor... que no cante, sino me van a dar el dinero a mí y se me va a acabar el encanto"
Pero no cantó. Subía y subía gente al vagón apretujándonos como muéganos, de pronto sentí un leve tocamiento en mi trasero.
-Ay, estas capitalinas no pueden ver un norteño porque luego luego se les alborota la hormona -pensé. Volví la cabeza para ver a la picarona y sólo estaba el viejo ciego que me confrontó a una disyuntiva:
1- No era ciego y sí mañoso.
2- Era mañoso, pero definitivamente también ciego, pues anda en zonas inexistentes.
3- Lo de menos era su visión, es un ladronzuelo y ya agarró a su menso.
Afortunadamente soy un hombre con destellos de inteligencia y desde que estoy en el D.F. pongo mi cartera en mis bolsillos delanteros. En los de atrás llevo estampitas del Niño Fidencio, Juanito y mi mapita del metro.
A la siguiente estación, me bajé. Antes le hice una bonita seña de caracola al viejecillo en su cara.
Espero que la haya visto.
P.D. Existe la opción de que no me haya querido robar y que con la multitud su mano apareció por ahí, pero hay cosas que no quiero averiguar.